
¿Alguna vez se han preguntado lo importante que son los sentidos en nuestro día a día? ¿Y para nuestro aprendizaje? ¿Cuántos sentidos creen que tenemos? Si quieres saber cómo afectan, cómo percibimos y cómo interpretamos las sensaciones en nuestro comportamiento te animo a que continúes leyendo.
En nuestra sociedad actual estamos constantemente bombardeados desde el exterior por sensaciones externas, se trata de si somos capaces de poner estas sensaciones en orden, organizarlas para darles un significado correcto y útil, para poder ser más funcionales y efectivos/as. También dependemos de nuestras sensaciones internas, si hemos comido demasiado, si no podemos ir al baño, si algo nos duele…
Desde que estamos en el útero de nuestras madres, empezamos a explorar, nos chupamos el dedo, oímos los latidos y voz de nuestra madre, le damos patadas explorando el espacio que tenemos, damos vueltas en su barriga y alimentamos nuestros sentidos. Debemos tener en cuenta que la actividad más importante para un/a niño/a es explorar. Explorando es cómo aprendemos. Aprendemos para poder ponerle cualidades a lo que tocamos, olemos, vemos, saboreamos, oímos, vemos cómo esto nos hace sentir, para qué nos sirve, para poder llegar a tener una comprensión más compleja del mundo que nos rodea y así crear las bases de un aprendizaje. Estas experiencias previas aumentan nuestra capacidad de aprendizaje y nuestra habilidad para hacer cosas cada vez más complicadas o de manera automática.
La estadounidense Dra. Jean Ayres, terapeuta ocupacional de profesión, estudió el comportamiento y capacidad de aprendizaje de l@s niñ@s durante más de 30 años. Aplicó el término integración sensorial a la capacidad que tiene el sistema nervioso central de integrar los sentidos para tener lo que ella llamaba una respuesta adaptada (Ayres, J. 1972). Cuando hablaba de sentidos, no hablaba de los 5 sentidos que todos conocemos, sino de dos sentidos adicionales y un posible octavo. Estos dos sentidos adicionales son el vestibular y el propioceptivo, y el octavo el interoceptivo. Los siete sentidos los dividió por cercanos (proximales) y lejanos (distales). Un sentido cercano es aquel que siempre está con nosotros, el que no requiere de un estímulo externo para ser activado. En este caso estaríamos hablando del tacto, del propioceptivo y vestibular. Los lejanos son la vista, el olfato, la audición, el gusto y también el tacto.

Empezaremos por el tacto. Cuando pensamos en el tacto, normalmente pensamos en la acción de tocar. Pero el tacto es mucho más complejo que eso. Si lo analizamos, siempre está con nosotros. Ejemplos serían que en esta sociedad llevamos ropa que está en contacto con nuestra piel, que cuando comemos o tragamos, el alimento o la saliva baja por nuestra garganta, cuando vamos al baño las heces pasan por el recto, que siempre hay una parte de nuestro cuerpo en contacto con otras, al abrir y cerrar los ojos el párpado roza el globo ocular, que nuestros muslos al estar sentados se apoyan contra la silla o al estar de pie en una superficie, las plantas de nuestro pies tocan esta,… En sí a nivel neurológico el tacto tiene dos funciones. La primera es la capacidad protectora. El que podamos rápidamente distinguir si el estímulo que nos llega conlleva algún riesgo para poder reaccionar de manera rápida y efectiva. La segunda es la capacidad discriminativa. El saber qué es lo que estamos tocando, dónde, con qué intensidad y las cualidades que tiene dicho estímulo. El tacto nos ayuda a poder manejar objetos y hasta poder sentirnos cómodos/as en nuestra propia piel sin la sensación constante de amenaza.
Ahora continuaremos con uno de los sentidos más desconocidos. Es el vestibular. El vestíbulo es un aparato muy pequeño localizado en el oído interno, que detecta el movimiento a través de cómo y cuándo nos movemos. Es el sentido responsable del equilibrio, del control óculo motor (el poder disociar los ojos de la cabeza), nuestro nivel de alerta, la direccionalidad y la velocidad en la que nos movemos, y la seguridad con la que lo hacemos. Influencia la capacidad de poder estar sentados o simplemente prestar atención. Es el primer sentido que se desarrolla completamente en el útero. Para que se hagan una idea de cómo nos influye el vestíbulo en nuestros niveles de alerta, tenemos que pensar en ¿qué hacemos para calmar un bebé?. Muchas veces lo arrullamos de manera lineal, hacia delante y atrás de manera rítmica. El bebé se suele calmar por el estímulo vestibular que está recibiendo. En cambio, si nos vamos a una clase de aerobics en el gimnasio, aunque estemos cansados, después de saltar y girar muchas veces terminamos saliendo con una sensación de euforia.

Para acabar con los sentidos cercanos nos faltaría hablar del propioceptivo. Este sentido es el que llamamos el regulador. Es el sentido que nos calma. La propiocepción la adquirimos a través de la contracción muscular. Es el sentido que nos da la representación de nuestro cuerpo, el que nos informa de dónde se localizan cada uno de nuestros miembros sin tener que mirar. Si yo les pidiera que ahora mismo movieran su dedo gordo del pie derecho, seguramente si el sistema propioceptivo está funcionando adecuadamente podrán moverlo sin problemas. Este sentido nos permite graduar la fuerza que aplicamos con las cosas. Un ejemplo sería que, a la hora de escribir con un portaminas o con un lápiz, no podemos aplicar la misma fuerza que cuando cogemos un vaso de plástico o un vaso de cristal, si aplicamos la misma fuerza al vaso de plástico que al de cristal lo más seguro es que escachemos éste, derramando su contenido. Esto solo lo habremos aprendido en base a nuestras experiencias previas de manejar estos objetos. Lo adecuado es que podamos ajustar de manera rápida para lograr la mejor respuesta. Por ejemplo, si nos vamos a sentar en un sofá, cuando vemos el sofá nos haremos una idea de su densidad y firmeza, en base a sofás parecidos en los que anteriormente nos hemos sentado. Pero, ¿cuántos de nosotros nos hemos equivocado y acabamos con las rodillas en la barbilla?. Lo importante es que sepamos cómo adaptar para poder salir de esa situación airosos. A diferencia del vestíbulo, el sistema propioceptivo logra calmarnos. Para utilizar la analogía del gimnasio, si ahora les mandara a hacer una hora de pesas repetitivas y con resistencia, ¿cómo saldrían?. Lo más probable es que salgan agotados.
Bueno y, ¿por qué es valioso todo lo que les he contado anteriormente?. Si pensamos en los sentidos como ingredientes y el cerebro como batidora, es decisivo que podamos meter en ésta lo que es importante, desechando lo que no es nutritivo o está en mal estado, para lograr sacar un jugo rico, que nos aporte algo. A medida que repitamos la misma ecuación, nuestros jugos serán más nutritivos y los haremos de maneras más rápida y automatizada. Pero, ¿qué pasa si esto no sucede? Pues tenemos lo que llamamos los terapeutas ocupacionales un desorden de procesamiento sensorial. Hay que dejar claro en primera instancia que el desorden de procesamiento sensorial no es un diagnóstico médico y que solo puede ser valorado por personas graduadas en terapia ocupacional que están cualificados en ASI® (Ayre’s Sensory Integration). Este desorden puede darse en niñ@s de cualquier nivel socio-económico, cultural o cognitivo.